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La problemática biológica, genética y de género en competidores olímpicos

César Paz-y-Miño. Investigador en Genética Médica, Facultad de Ciencias de la Salud “Eugenio Espejo”. Universidad UTE.

Decidí escribir y, en lo posible aclarar, algunas de las cuestiones complejas que se presentan al momento de tener una posición equitativa, homogénea, justa, equilibrada y no discriminatoria, en relación a las definiciones de sexo biológico y género en el deporte, así como, tratar de esclarecer las posibles ventajas o no, de tener una condición biológica específica inusual o variante, apartada de la idea común del binarismo “hombre” y “mujer”.


Este tema surge por el “bullying” que recibió la boxeadora argelina Imane Khelif por su apariencia “masculina” (tiene hiperandrogenismo: crecimiento excesivo de vello corporal, acné, irregularidades menstruales e incluso infertilidad). No es el único caso en la historia. Algunas atletas tienen variaciones intersexuales tales como la hiperplasia suprarrenal congénita XY, las disgenesias gonadales puras XY, las insensibilidad a los andrógenos XY, entre otras, que a criterio actual, han determinado la exclusión injusta a algunos deportistas de las competencias deportivas, violando los derechos humanos y la dignidad de los atletas. Esto pasó hace 30 años con una atleta ecuatoriana que tenía cromosomas XY y que, pese a la explicación genético-biológica que expuse ante las autoridades deportivas, se le consideró erróneamente varón, se le descalificó y se le retiraron sus medallas.


Históricamente, los organizadores olímpicos han implementado requisitos de verificación del sexo como los exámenes cromosómicos o los exámenes físicos, con el objetivo de asegurar que solo atletas "biológicamente femeninos" compitan en eventos femeninos. Sin embargo, estas pruebas han demostrado ser problemáticas ya que a menudo pasan por alto la complejidad de la identidad de género y la variación natural en las características sexuales.


Los esquemas del Comité Olímpico Internacional han evolucionado hacia un enfoque más inclusivo. Ahora se permite que los atletas transexuales y transgénero compitan de acuerdo con su identidad de género, siempre que cumplan con ciertos umbrales de testosterona: el límite superior a 5 nanomoles por litro, ya es prohibido. Los hombres tienen en promedio 23,5 nmol/L (rango entre 9,2 a 31,8) en personas jóvenes de 18 a 59 años. Sin embargo, persisten desafíos complejos y aún hay debates sobre si estos umbrales de testosterona son apropiados y si pueden crear desigualdades entre atletas con diferencias biológicas naturales (rango en mujeres entre 0,29 a 1,67 entre 18 a 59 años).


En 30 años de historia del Comité Olímpico Internacional, la ISSA (International Sport Statistics Association) generó un archivo de 48.482 verificaciones de sexo; 32.570 de ellas (67 por ciento) requirieron comprobaciones con cariotipo, y con este método se equivocaron un mínimo de 11 veces (0,03 por ciento de errores con este método). Los errores con el análisis de ADN mitocondrial (ADNmt) han sido en 5 casos (0,02 por ciento, error que siempre fue previo al del análisis del ADN del cromosoma Y).


El tema se complica más cuanto los científicos responsables de las directrices de determinación del sexo (genetistas, endocrinólogos, cardiólogos, médicos forenses, ginecólogos) siguen los códigos usualmente aceptados por evidencias científicas, centrados en los dos biotipos sexuales o los "normotipos biológicos" que garantizan límites discriminatorios, medibles y distintivos del sexo, en busca de equilibrios competitivos (peso, edad, genoma, hormonas), por ejemplo, el valor límite de testosterona en mujeres competidoras. Las diferencias entre categorías biotípicas y normotípicas, entran en un “check list” y son o no superadas, el deportista es o no calificado.


Parecería que en este campo tan complejo la respuesta a las diferencias y variantes de sexo y género podría encontrarse en la biología humana. Los Comités Olímpicos, tradicionalmente pero cada vez menos, exigen una especie de "verificación del sexo" a los individuos del sexo femenino inusual o denunciado como no congruente, y deben fundamentar sus decisiones en la evidencia científica al respecto. De entre todas las estructuras del organismo que pueden ser medibles, la que presenta una mayor fiabilidad en cuanto a los datos que aporta y una menor importancia en cuanto a la modificación por parte del ambiente, es el genoma que constituye la información genética del individuo.


Lo más fácil y más rápidamente medible son los cromosomas, pero éstos en la actualidad no son suficientes para entender todo lo que define los sexos biológicos y sus variantes. La otra medida es la hormona testosterona. Una vez fecundado el óvulo y cromosómicamente ser XX mujer o XY varón, se produce una serie de reacciones químicas determinadas por genes que harán que se desarrollen las características sexuales internas (testículos u ovarios), los órganos sexuales internos y los externos, así como el físico final. Hay muchos genes implicados en estas fases como el del receptor intracelular de la testosterona o de la dihidrotestosterona, gen relacionado al Y (SRY), el SOX0, DAX1, AMH, CYP19A1, DMRT1 (gen del factor de determinación y diferenciación sexual del macho), TSPY (gen específico del testículo en el cromosoma Y), que en suma producen manifestaciones físicas relacionadas al sexo masculino o femenino biológico y genético, pero también sus fallas provocan disfunciones.


Existe evidencia científica de que la presencia del cromosoma Y, podría dar alguna ventaja que deber ser considerada y ser medible, sobre todo asociada a deportes de pista y campo, velocidad y halterofilia, lo que evidencia que los niveles elevados de testosterona confieren una ventaja significativa en eventos deportivos que dependen principalmente de la fuerza muscular y la potencia. De todas maneras y por lo complejo de los detalles moleculares biológicos, se puede aseverar que las diferencias biológicas relacionadas con el cariotipo, pueden conferir una ventaja relativa en ciertos eventos deportivos, pero esto debe analizarse de manera individualizada y en función del deporte específico. Existe la necesidad imperiosa de contar con más investigaciones para comprender mejor la relación entre los niveles de testosterona, el genoma y el rendimiento deportivo.


Concurren otros genes involucrados en la eficiencia deportiva sobre los que comúnmente no se pone atención y que están relacionados a la producción y mejores respuestas ante las hormonas (andrógenos, progestágenos, testosterona) que son determinantes de la masa muscular, la fuerza y la recuperación del cansancio. Otros genes relacionados al metabolismo energético para glucólisis, oxidación de ácidos grasos y forforilación oxidativa; adicionalmente, genes determinantes de la estructura y función muscular que proporcionarían diferencias de fuerza y rendimiento de la fibra muscular, e incluso en el crecimiento y diferenciación de las células musculares y, finalmente, existen genes relacionados a la respuesta al estrés físico y la recuperación a través de proteínas antioxidantes.


Pero sexos hay muchos que, biológica, antropológica y culturalmente podrían ser considerados secuenciales y al mismo tiempo asociados: el sexo cromosómico, el genético, el gonadal, el genital, el hormonal, el físico, el civil, el psicológico, el social y el rol sexual que cumple o con el que se identifica la persona. Esto hace muy complejo buscar fórmulas para que las competencias deportivas sean más equilibradas y homogéneas; de ahí la problemática que enfrentan los comités deportivos.


Se ha visto en estudios que la presencia de testosterona más elevada en mujeres, incluidas las XY, les brinda mayor eficiencia en algunos deportes como baloncesto, tenis, box, natación, atletismo y largas distancias. Pero se necesitan más datos para confirmarlo, ya que las incongruencias en reclamos son menores al 1% en los eventos deportivos.


Se conoce que hay al menos unas 30 variantes físicas, tradicionalmente catalogadas como alteraciones de la diferenciación sexual, con presencia de variantes genitales, gonadales, hormonales y físicas que podrían considerarse intermedias, ambiguas o intersexuales. Lo que hace ver  que el tema de asignación del sexo en el deporte, es más complejo de lo que parece.


No se habla sobre hombres con trastornos de cromosomas o genéticos que podrían alterar el rendimiento deportivo, porque los casos son muy raros y no se ha evidenciado mayor ventaja. Hay deportistas hombres que tiene dos cromosomas X y uno Y, los llamados Síndromes de Klinefelter XXY, que no muestran ventajas y los casos extremadamente raros de hombres XX, cuyos genes de uno de los cromosomas X mutan, pero no se ha demostrado que produzcan mejoras deportivas, al igual que la presencia de individuos con dos cromosomas Y es decir XYY. Tampoco se ha visto ventajas en mujeres con 3 X, o mal calificadas como “superhembras XXX”.


El enfoque inclusivo del Comité Olímpico Internacional permite que hoy los atletas transexuales y transgénero compitan de acuerdo con su identidad de género, aunque deben cumplir con los umbrales de testosterona. Esto representa un avance importante hacia el reconocimiento de la diversidad de expresiones de género en el deporte.


Actualmente hay una postura más abierta, conciliadora, equitativa y más justa sobre el entendimiento de sexo y género. De todas maneras, estas variaciones naturales en la biología sexual humana plantean desafíos a la hora de establecer criterios binarios y rígidos para la verificación del sexo en el deporte. Los enfoques basados únicamente en exámenes cromosómicos o físicos han demostrado ser inadecuados e incluso discriminatorios para muchos atletas.


En última instancia, lograr la igualdad y la inclusión en el deporte olímpico requiere un enfoque más holístico, que vaya más allá de la simple verificación binaria del sexo. Esto implica reconocer y respetar la diversidad de expresiones de género, al tiempo que se mantiene la equidad y homogeneidad competitiva a través de criterios basados en el rendimiento y no en características biológicas innatas.


He sido deportista y he participado en competencias, por ello considero que deben existir reglas de competitividad claras, equilibradas y homogéneas: categorización y clasificación adecuada, reglamentos justos y revisables periódicamente, participación de los deportistas en la toma de decisiones, no al dopaje incluido el genético, y apertura a criterios y conceptos modernos de género, derechos y equidad. Queda mucho por discutir.

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