No eran brujas: eran ciencia, eran opinión, eran mujeres.
- Cesar Paz-y-Mino
- 2 nov
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Actualizado: 5 nov
César Paz-y-Miño, Investigador en Genética y Genómica Médica, Universidad UTE. #NOTIMERCIO

La humanidad ha oscilado entre la fascinación y el miedo hacia lo desconocido. Donde la ciencia no alcanza a explicar los fenómenos del cuerpo y de la naturaleza, el mito se impone como refugio. Temblores, convulsiones, estados de trance o visiones, eran signos del demonio; las mujeres que los padecían fueron llamadas brujas. La ignorancia y el patriarcado encendieron las hogueras.
Entre los siglos XV y XVII, más de 100 mil personas fueron procesadas por brujería en Europa y entre unas 60 mil fueron ejecutadas, la gran mayoría mujeres. Por ejemplo, España, Escocia y Suiza, tienen registros de más de 10 mil víctimas.
No eran hechiceras: eran curanderas, comadronas, viudas, migrantes o simplemente distintas, o mujeres que opinaban, que se salían de los márgenes impuestos por una sociedad dominada por hombres. Su sabiduría, la que aliviaba fiebres, ayudaba a parir o calmaba el dolor con hierba, fue convertida en amenaza.
Hoy, siglos después, una curios e importante campaña catalana “No eran brujas, eran mujeres”, busca devolverles nombre y dignidad. Es un acto de reparación histórica y científica, una manera de reconocer que aquellas mujeres fueron víctimas de la intolerancia, la misoginia y el miedo, no de fuerzas oscuras o herejías.
El fuego del miedo cuestionado por la Biología y la Genética
Los síntomas de muchas enfermedades neurológicas o metabólicas, eran interpretados como posesiones demoníacas. Crisis convulsivas, quizá epilepsia mioclónica por mutaciones, vinculadas a los genes SCN1A o GABRA1; o la perdía el habla y la coordinación motora, como el síndrome de Rett causado por mutaciones en el gen MECP2 o contracciones espasmódicas y movimientos involuntarios o similares asociadas a la corea de Sydenham de origen autoinmune, secundaria a una infección estreptoco, se confundían con bailes demoníacos. Incluso los cambios de humor, los delirios y las visiones podían tener base genética: deficiencias enzimáticas, alteraciones de la tiroides o trastornos del metabolismo del cobre, como la enfermedad de Wilson, provocan síntomas psiquiátricos y motores, que en la Edad Media no tenían nombre ni diagnóstico.
A estas enfermedades se sumaban intoxicaciones naturales, como la provocada por el cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea), un hongo que infecta los cereales y produce ergotamina, un potente alucinógeno y vasoconstrictor. Al consumir pan contaminado, sufrían brotes de ergotismo con convulsiones, fiebre, alucinaciones y necrosis de los miembros. Muchas crisis colectivas, los aquelarres y trances de posesión, originaron juicios de brujería.
Nombres que sobrevivieron a las llamas
La historia de las brujas no es anónima, tiene rostros y nombres. En Escocia, Agnes Sampson fue acusada de enviar brujerías al rey Jacobo VI, murió torturada. En Alemania, Anna Göldi, (1782), fue la última mujer oficialmente condenada por brujería en Europa, su caso fue reconocido como injusticia judicial dos siglos después. En Inglaterra, Alice Molland fue colgada en Exeter, y en Francia, Catherine Deshayes, La adivina Voisin, fue quemada por ejercer la herbolaria y atender partos secretos. En España, Catalina Joaneta, Eulalia Bellera, María Pujol y Margarida Puig simbolizan la represión más intensa, que dio paso a la primera ley contra la brujería en 1424.
América y los ecos coloniales
La persecución cruzó el Atlántico. En Salem (Massachusetts), entre 1692 y 1693, 19 mujeres y 5 hombres fueron ejecutados acusados de brujería. Pero también en América Latina hubo procesos, menos documentados pero igualmente reveladores. En el Virreinato del Perú, mujeres indígenas o afrodescendientes fueron acusadas por su conocimiento de hierbas o por practicar ritos sincréticos. En México, los archivos coloniales registran casos como el de María de la Candelaria, juzgada en 1656 por hechicería y superstición. En Cartagena de Indias, el Tribunal del Santo Oficio condenó a Paula de Eguiluz, una mulata libre, que fue torturada por ejercer medicina natural.
En el Ecuador colonial, los registros son escasos, pero existen menciones a mujeres indígenas acusadas de maleficios, por emplear brebajes o rituales curativos en los siglos XVII y XVIII. Esos procesos reflejan el choque entre cosmovisiones andinas y cristianas: las parteras y curanderas eran perseguidas por conservar su saber ancestral. En los Andes, la mujer sabia, la mama shaman, la yacchachic o la huarmi hampic, fue vista con sospecha, por portar conocimiento y por poder: Magdalena Sacha Carva, María Sisa Chumbi, Juana Conua y Juana Ayco.
Del mito al laboratorio
La persecución de las brujas coincidió con el auge de la medicina moderna, una medicina masculina que desplazó el conocimiento empírico de las mujeres. Aquellas curanderas eran depositarias de saberes sobre plantas, partos, remedios y observaciones biológicas. La cacería de brujas fue también un proyecto de control social y epistemológico: al eliminar a las mujeres sabias, se consolidó un nuevo orden científico monopolizado por hombres, donde el cuerpo femenino se transformó en objeto de estudio, no en sujeto de conocimiento.
Hoy la Genética Médica y la Neurociencia explican, que el equilibrio hormonal, las variaciones genéticas y los neurotransmisores pueden cambiar conductas, visiones o trances místicos. Antes posesión, hoy trastorno neuropsiquiátrico. Lo “maleficio”, tal vez era una simple encefalopatía metabólica.
Ciencia, superstición y miedo
La ciencia detrás de algunos mitos, recuerda que los humanos seguimos aferrándonos a supersticiones porque tememos al azar. En el siglo XVII se culpaba a las brujas; hoy a los microchips, las vacunas o la inteligencia artificial. La mente humana busca narrativas simples para enfrentar la incertidumbre. En la Edad Media, esa ansiedad colectiva halló su enemigo en las mujeres que pensaban diferente; en la actualidad, se proyecta en conspiraciones tecnológicas o genéticas. El mecanismo es el mismo: la ignorancia como refugio del miedo.
De las hogueras a la memoria y las fiestas
Cada año, a fines de octubre, las calles se llenan de calabazas, esqueletos y disfraces. La fiesta de las brujas, o Halloween, surgió del antiguo Samhain celta, un ritual agrícola de fin de cosecha, que marcaba el paso del verano al invierno y el retorno de los espíritus. La Iglesia lo transformó en la víspera de Todos los Santos, y Estados Unidos lo reinventó como carnaval de lo macabro. Hoy, esa celebración combina lo lúdico con lo simbólico: encendemos velas, usamos máscaras y rendimos tributo, sin saber, a aquellas mujeres que fueron perseguidas por su conocimiento y por su diferencia.
En Latinoamérica, el Día de los Difuntos conserva aún ese vínculo entre muerte, memoria y comunidad y, aunque la fiesta moderna parezca una caricatura comercial del miedo, en su fondo late un eco histórico: el deseo humano de reconciliarse con lo desconocido. Allí donde antes ardían las hogueras, hoy brillan las luces de papel y las linternas de calabaza.
De la ciencia a la dignidad
La campaña No eran brujas, eran mujeres busca que se asuma este capítulo como lo que fue: un feminicidio histórico. Las setecientas documentadas, muestran que la Inquisición no fue la principal verduga, sino las autoridades locales y civiles, legitimadas por el miedo popular. Las hogueras fueron públicas y celebradas; los verdugos cobraban por cada ejecución; los notarios y escribanos registraban confesiones obtenidas bajo tortura.









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