Covid-19: Vacunas, nacionalismos, falacias y guerra fría
Desde el aparecimiento del Covid-19 y su propagación hasta convertirse en pandemia mundial, se desató una carrera científica, a veces ética y en otras ocasiones precisamente en contra de la ética pública. Los políticos del mundo, o los más interesados en el control internacional, transformaron la pandemia en una nueva oportunidad de protagonismo, de campaña electoral, de control social y de hegemonía geopolítica.
Los científicos de una u otra manera se han visto involucrados en estas lides ajenas a la esencia del empirismo racional, es decir, de la ciencia. También a ese nivel, la carrera por descubrimientos en torno a la enfermedad, se hizo evidente. Las noticias del mundo y las publicaciones científicas, dan cuenta de esta lucha. ¿Qué grupo científico descubre primero algo sobre el Covid-19? ¿Cuál grupo o país tiene la primera secuencia genómica? ¿Cuál es el que descubre el mejor tratamiento? ¿Quién desarrolla primero la vacuna?
En este contexto geopolítico y de protagonismo científico, todos quieren participar, todos se han hecho expertos. Los políticos hablan de ciencia de la Covid-19 y los científicos y otros profesionales involucrados en la pandemia opinan con más o menos solvencia, los más conspicuos proponen planes correctos, pero hay de los otros que no aciertan una.
Las redes se llenaron de información científica y pseudocientífica. Las personas creen a muchos, otras a nadie, y aunque la ciencia es la que debe poner el hilo conductor en el comportamiento ante la pandemia, los políticos se llevan el trofeo.
Cuando Rusia anuncia el desarrollo, producción e inscripción de su vacuna, el mundo se estremece. Occidente reclama, protesta, desacredita, cuestiona a esta propuesta rusa. Este es un elemento que incrementa la vieja guerra fría que pensábamos concluida en 1989 con la caída del muro de Berlín; el arma, ahora es la ciencia, la tecnología y sus intereses. La vacuna contra el Covid-19 es en estos momentos el eje de la discordia.
Según se acusa a Rusia, su vacuna es apresurada, no ha pasado todas las normas, se inscribió sin haber publicado todos los datos; los rusos, por su parte, llaman envidiosos a sus críticos. El anuncio de la vacuna China produce la misma reacción de occidente; se acusa a hackers chinos de robar la información científica, imputación inmediatamente desmentida por el gobierno. Muchos otros países anuncian sus avances. El logro de la bloqueada Cuba es mirado por encima del hombro por ser de un país “sin desarrollo”. Toda vacuna que no provenga de la ciencia formal occidental corre el peligro de ser cuestionada.
Aunque se pregona que la ciencia es neutra, nadie se lo cree. Tras los descubrimientos que deberían servir para el bienestar de toda la humanidad, hay intereses de ganancias, de control, de poder. No necesariamente se debe culpar de esto a los científicos, pero si hay de aquellos que obedecen a esos intereses, mientras otros abogamos por el uso abierto, libre y equitativo de la ciencia y el conocimiento.
Estados Unidos e Inglaterra están a la cabeza de los cuestionadores a las vacunas que no sean de su propio pecunio. Han puesto en duda la tecnología del desarrollo de otras vacunas, su eficacia e incluso hablan de un peligro potencial para quienes las usen. Sin embargo, la fabricación de sus vacunas debería pasar por la misma valoración e iguales cuestionamientos pues la metodología de obtención de las vacunas es similar en oriente y occidente. Ambos lados han propuesto uso de virus atenuados modificados genéticamente o virus atenuados en los que se introducen genes que proporcionarían la inmunidad anhelada. Para llegar a la inmunidad de la humanidad, los cálculos y diseños matemáticos y computacionales hablan de alcanzar el 80% de inmunizados para lograr el exterminio de la pandemia, o al menos el 70% de vacunados para detenerla.
Lo que está ocurriendo es que no se discute sobre la vacuna misma sino sobre su origen y se liga su eficacia al país de procedencia; es una discusión claramente sesgada. Lo peligroso de estas argumentaciones es que a la población le llega información que la confunde. ¿Qué hago como persona, me vacuno o no y cuál vacuna utilizo?
Muchas mentiras se han dicho sobre los resultados científicos asociados a la vacuna. Entre las más bárbaras, aquella de que en las vacunas que se proponen se inyectarán microchips de control social o, aún más terrible, que la vacuna al ser producida por ingeniería genética y utilizar material genético del Coronavirus, producirá transmutaciones en las personas que las reciban; lo único que esto logra es dar combustible a las teorías antivacunas.
Lo necesario es conocer toda la información disponible y científicamente confiable. La historia del desarrollo científico de Rusia o China es suficientemente potente y tiene las mismas posibilidades de los países que lideran la investigación en occidente. La información disponible de la vacuna de Oxford, o cualquiera otra, debe darnos la luz para su uso. Efectividad, eficiencia y seguridad es lo que debemos reclamar como derecho público, y nuestro estado, debe garantizar el acceso equitativo de toda la población a cualquier vacuna segura.
La humanidad se ha defendido de las enfermedades justamente a través de las vacunas. Nos libramos de la viruela, África acaba de erradicar la poliomielitis, hemos bajado la tuberculosis, el tétanos, la influenza y decenas de enfermedades gracias el uso de las vacunas. Si se logra desarrollar, probar y usar la vacuna contra el SARS-COV-2, como sociedad debemos exigir su seguridad, sin que el origen sea el campo de discusión.
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