Homos ancestrales: El legado oculto de neandertales y denisovanos en nuestros genes
- Cesar Paz-y-Mino
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César Paz-y-Miño. Investigador en Genética y Genómica Médica. Universidad UTE. Para NOTIMERCIO

La historia humana no es una línea recta, sino una red de encuentros, mezcla y adaptación. Cuando los Homo sapiens salieron de África hace 60 a 70 mil años, se encontraron con otras homínidos que ya habitaban Eurasia: los Neandertales en Europa y Asia Occidental, y los enigmáticos Denisovanos en Asia Central y Oriental. Con ambos hubo intercambio genético, y ese legado sigue vivo en nuestro ADN.
No éramos una única línea ascendente, sino un árbol evolutivo lleno de bifurcaciones, migraciones y encuentros y nuestra especie emergió y se expandió. Hoy sabemos que las poblaciones no africanas conservan entre 1–2% de ADN neandertal, mientras que, comunidades de Oceanía y partes de Asia mantienen 3–6% de ADN denisovano. Muchas de éstas variantes sobrevivieron, porque ofrecieron ventajas evolutivas en entornos nuevos, fríos o cargados de patógenos.
Uno de los legados: el sistema inmunitario.
Variantes neandertales como el gen OAS1, combaten el ARN viral, o el conjunto de genes TLR6–1–10, que refuerza la respuesta a bacterias, ayudaron a los sapiens a enfrentar ecosistemas desconocidos. Sin embargo, esta misma ventaja inicial, hoy se asocia a mayor riesgo de alergias y enfermedades autoinmunes. La variante neandertal del complemento C3 es otro ejemplo: útil en ambientes antiguos, pero vinculada hoy a inflamación y mayor riesgo de lupus en europeos.
Los denisovanos aportaron adaptaciones extraordinarias al ambiente extremo. El gen EPAS1, casi exclusivo de tibetanos, reduce la sobreproducción de glóbulos rojos a grandes alturas, y permite vivir con menor oxígeno. HYAL2 favorece la resistencia al frío y la hipoxia. La variante SLC16A11, de poblaciones amerindias, influyó en el metabolismo de lípidos y hoy se relaciona con riesgo de diabetes tipo 2.
Las diferencias anatómicas entre estos grupos coinciden con su genética. Los sapiens conservan un cráneo globular y cuerpos versátiles; los neandertales robustos, de extremidades cortas y tórax amplio, ideales para retener calor; los denisovanos, aún poco conocidos por la escasez de fósiles, muestran mandíbulas poderosas y dientes grandes, coherentes con dietas duras y climas severos.
Estas variantes importan ya que siguen influyendo en nuestra biología: modulan la inmunidad, el metabolismo, la tolerancia al frío, la adaptación a la altura y la susceptibilidad a diversas enfermedades. La mezcla con otras humanidades no solo enriqueció nuestra diversidad genética, sino que modeló aspectos centrales de la salud actual.
Hoy sabemos que coevolucionamos y no evolucionamos aislados, sino en interacción con otros homínidos, con entornos cambiantes y con una tecnología que desarrolló con nosotros. El fuego, las herramientas, la dieta y la vida social alteraron presiones selectivas, tanto como los genes heredados. La humanidad no es un destino biológico fijo, sino un proceso dinámico donde cultura, ambiente y genómica se retroalimentan de manera continua.
En nuestra biología cotidiana aún viven los rastros de quienes caminaron antes que nosotros. Entender ese legado no solo ilumina el pasado: también ayuda a explicar cómo funcionamos hoy y por qué la diversidad humana es una de nuestras mayores fortalezas evolutivas.








