Herencia Dominante: Ciencia, Ideología y la Trampa del Socialdarwinismo
- Cesar Paz-y-Mino
- 12 ago
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César Paz-y-Miño. Investigador en Genetica y Genómica Médica. Universidad UTE.

El 2015, escribí un artículo sobre las Herencia Dominante, diez años después, en el presente artículo presento una visión actual de esta problemática, más allá de la la Genética, y con preocupación veo que el panorama no ha cambiado, creo que se ha empeorado.
La herencia es un concepto que, desde tiempos remotos, ha despertado curiosidad, fascinación y, en ocasiones, temor. Nos preguntamos qué recibimos de nuestros padres, qué transmitiremos a nuestros hijos y si ese legado es inevitable o modificable. En el lenguaje popular, “heredar” se asocia tanto a propiedades materiales como a rasgos físicos, talentos o enfermedades. Sin embargo, en biología, la herencia se rige por leyes probabilísticas precisas que describen cómo las características genéticas pasan de generación en generación. Estas leyes, formuladas inicialmente por Gregor Mendel en el siglo XIX, no son absolutas, pero sí altamente predictivas.
En genética, el concepto de herencia dominante describe la transmisión de un rasgo —sea una característica física, una habilidad bioquímica o una enfermedad— cuando basta una sola copia alterada de un gen (proveniente de uno de los progenitores) para que se exprese. Esta transmisión ocurre por igual en hombres y mujeres y, en cada embarazo, existe un 50% de probabilidad de que el hijo herede la variante.
Ahora bien, a lo largo de la historia, ciertos grupos han intentado extrapolar el lenguaje y las leyes de la biología a la estructura y organización de las sociedades humanas. Este traslado conceptual ha dado lugar a interpretaciones erróneas y peligrosas, siendo el socialdarwinismo uno de los ejemplos más influyentes y perniciosos.
El socialdarwinismo: ciencia mal entendida y poder bien aprovechado
El socialdarwinismo surge a finales del siglo XIX, inspirado en una lectura parcial y manipulada de la teoría de la evolución de Charles Darwin. Aunque Darwin nunca afirmó que las sociedades humanas debían organizarse según “leyes naturales de superioridad”, algunos pensadores y políticos vieron en su teoría un argumento perfecto para justificar la desigualdad.
Este pensamiento aplicó dos principios evolutivos al campo social:
Supervivencia del más apto: la idea de que los individuos o grupos más “capaces” (interpretados de forma sesgada como los más ricos, poderosos o influyentes) serían quienes deberían y merecerían sobrevivir y prosperar.
Selección natural: entendida de manera distorsionada como un mecanismo que justifica la permanencia de élites, alegando que poseen “genes superiores” frente a grupos que portarían “genes inferiores”.
El resultado fue un discurso que pretendía naturalizar la desigualdad, convirtiéndola en un fenómeno biológico inalterable. Así, jerarquías económicas, raciales y nacionales se presentaban como un reflejo inevitable de la biología, y no como el producto de contextos históricos, económicos y políticos.
La herencia dominante en biología vs. la “herencia dominante” ideológica
En la genética médica, la herencia dominante es un mecanismo claro y verificable. Las enfermedades autosómicas dominantes afectan aproximadamente a 140 personas por cada 100.000. Entre ellas, destacan:
Enfermedad de Huntington (HTT): trastorno neurodegenerativo progresivo.
Poliquistosis renal autosómica dominante (PKD1, PKD2): desarrollo de quistes renales múltiples que llevan a insuficiencia renal.
Síndrome de Marfan (FBN1): alteración del tejido conectivo que afecta al sistema cardiovascular, esquelético y ocular.
Estas condiciones se transmiten por vía paterna o materna y pueden variar en severidad, fenómeno conocido como expresividad variable. Sin embargo, lo crucial es que en genética este tipo de herencia tiene bases moleculares claras, demostrables mediante pruebas de laboratorio, y no implica ninguna noción de “superioridad” o “inferioridad” biológica.
Por el contrario, la “herencia dominante” socialdarwinista carece de sustento científico. El acceso al poder, la acumulación de riqueza o la pertenencia a una élite social no se transmiten por genes de forma directa. Lo que se hereda, en todo caso, son ventajas estructurales: educación de calidad, redes de influencia, recursos económicos y, en algunos casos, endogamia social (o incluso genética) que preserva privilegios, pero siempre a través de mecanismos culturales y económicos, no biológicos inevitables.
Lo que la genética realmente nos dice
Los avances recientes en genómica y pangenómica han confirmado que la variación genética entre seres humanos es mínima: más del 99,9% del genoma es idéntico entre dos personas al azar. Las diferencias que sí existen están distribuidas sin un patrón jerárquico que justifique la idea de “razas superiores” o “pueblos genéticamente mejores”.
Incluso rasgos como la inteligencia, la cooperación o la agresividad no pueden atribuirse a genes únicos ni transmitirse de forma mendeliana simple. Son características poligénicas y multifactoriales, moldeadas por interacciones complejas entre múltiples variantes genéticas y factores ambientales, sociales y culturales.
Las supuestas “bases biológicas” de la desigualdad se diluyen ante esta evidencia. Lo que permanece es un hecho sociológico: las élites tienden a reproducir su posición mediante control de recursos y redes de influencia, no por herencia genética inevitable.
Crítica ética y social
El socialdarwinismo no solo es científicamente incorrecto, sino éticamente peligroso. Legitima la inequidad y naturaliza sistemas injustos, fomentando políticas que excluyen a quienes no cumplen ciertos criterios de “aptitud”. En su forma más extrema, estas ideas han servido de base para eugenesia, discriminación racial, segregación y genocidios en el siglo XX (ver la Tabla al final).
Como genetistas, tenemos la responsabilidad de aclarar que la biología no dicta el destino social, y que la ciencia genética, lejos de justificar desigualdades, puede ser una herramienta para combatirlas:
Permitiendo acceso igualitario al diagnóstico y tratamiento de enfermedades genéticas.
Promoviendo la educación científica que desmonte prejuicios.
Integrando la diversidad genética como un valor y no como una jerarquía.
La herencia que realmente importa
La verdadera “herencia dominante” que deberíamos preservar no es la que transmite un gen mutado con probabilidad del 50%, sino la que garantiza valores de cooperación, equidad y justicia. Si bien la genética explica cómo se transmiten rasgos y enfermedades, la historia demuestra que la organización social es obra humana, no imposición biológica.
El reto del siglo XXI no es solo secuenciar genomas, sino construir sociedades donde el acceso a la salud, la educación y la participación no dependa de la lotería genética ni del apellido, sino de un compromiso colectivo con la igualdad.
Comparativa: Herencia Dominante Biológica vs Socialdarwinista









Más allá de la genética está la conciencia de la Bioelementalidad en lo que se debería considerar fundamentalmente el hecho de que mucho del nitrógeno (entre un 50 a 80%) del cuerpo humano proviene del proceso Haber-Bosch.