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Genética de los Románov: Historia, mito y la verdad escrita en el ADN

  • Foto del escritor: Cesar Paz-y-Mino
    Cesar Paz-y-Mino
  • hace 10 minutos
  • 4 Min. de lectura

César Paz-y-Miño. Investigador en Genética y Genómica Médica. Universidad UTE.


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En el invierno de 1613, la familia Románov se alzó al trono de Rusia, iniciando una dinastía que gobernaría durante más de tres siglos. Su poder y esplendor se mantuvieron hasta 1917, cuando la Revolución Rusa sacudió los cimientos del imperio. El zar Nicolás II, último monarca de la dinastía, fue obligado a abdicar y, junto a su esposa Alejandra, sus hijos y algunos sirvientes, fue recluido en la Casa Ipátiev, en Ekaterimburgo. Allí, en la madrugada del 17 de julio de 1918, la historia daría un giro brutal: todos fueron ejecutados por un pelotón bolchevique.


Pero la historia no terminó con el estruendo de los disparos. La noche del asesinato estuvo envuelta en caos, y los cuerpos fueron enterrados de manera apresurada, en fosas separadas y poco profundas. En la confusión, surgieron rumores: ¿y si alguno había sobrevivido? Entre esos nombres, uno resonó con especial fuerza: Anastasia Nikoláyevna, la hija menor del zar.


La leyenda de la princesa que escapó

Apenas cuatro años después de la tragedia, en 1922, una joven fue hallada en Berlín tras un intento de suicidio. No llevaba documentos, hablaba con acento extraño y, al recuperarse, afirmó algo increíble: era Anastasia Románova. Adoptó el nombre de Anna Anderson y relató con lujo de detalles episodios de la vida palaciega, describiendo habitaciones, joyas, apodos familiares y gestos íntimos que parecían imposibles de inventar.


Su historia fascinó a periodistas, curiosos y algunos parientes lejanos, que llegaron a dudar. El magnetismo de Anderson era tal que incluso Hollywood y escritores como Marcelle Maurette construirían, años después, narrativas románticas sobre la joven princesa perdida. Sin embargo, otros miembros de la familia imperial sobrevivientes rechazaban su versión, calificándola de impostora.


El largo juicio sin final claro

La disputa llegó a tribunales alemanes en 1938. El proceso, que se prolongó más de tres décadas, se convirtió en uno de los casos más largos y costosos de la historia judicial de Alemania. El fallo, en 1970, fue ambiguo: no se podía probar que Anna Anderson fuera Anastasia… pero tampoco se podía demostrar lo contrario. Para los defensores del mito, esto fue suficiente para seguir creyendo.


Mientras tanto, Anderson vivía de la ayuda de simpatizantes, siempre reacia a someterse a exámenes médicos concluyentes. Solo décadas después, tras su muerte en 1984, se tendría acceso a muestras biológicas suyas: un apéndice extirpado y conservado por un cirujano, mechones de cabello y fragmentos de tejido.


Cuando la ciencia forense habló

En los años noventa, la genética forense vivía una revolución gracias al análisis de STRs (Short Tandem Repeats): secuencias cortas repetidas del ADN, variables entre individuos y perfectas para establecer identidades. Hoy se usan hasta 46 marcadores STR en análisis criminales e históricos, con una certeza de hasta 99,999%.


Además, se aplicó el estudio de ADN mitocondrial (mtDNA), transmitido únicamente por vía materna, lo que permite establecer vínculos incluso a través de siglos, si se encuentran descendientes directos por esa línea. En este caso, se comparó el mtDNA de Anderson con el de familiares vivos de la zarina Alejandra, entre ellos el Príncipe Felipe, duque de Edimburgo. El resultado fue contundente: Anna Anderson no era Anastasia. Su ADN no coincidía con el linaje Románov.


El hallazgo que cerró el capítulo

En 2007, un equipo ruso localizó fragmentos óseos en las cercanías del lugar de ejecución de los Románov. El análisis demostró que pertenecían a Alexéi y a una de sus hermanas. Con ello, la ciencia cerró el último resquicio de duda: todos los miembros de la familia imperial habían muerto aquella noche de 1918.


El mito, sin embargo, ya había echado raíces profundas. Películas como Anastasia (1956) o la versión animada de 1997 habían convertido la leyenda en un relato romántico de escape y esperanza, muy alejado de la realidad trágica.


Anécdotas de laboratorio e historia

Quienes participaron en el análisis forense recuerdan que una de las dificultades más grandes fue trabajar con ADN degradado durante más de 70 años. Los restos óseos, impregnados en suelos ácidos y expuestos a fluctuaciones de temperatura, requerían técnicas de amplificación genética pioneras para la época.


En una curiosa coincidencia histórica, el laboratorio británico que analizó el mtDNA de los Románov era el mismo que años antes había identificado los restos de la familia real francesa ejecutada durante la Revolución. Dos dinastías reales europeas, separadas por un siglo y medio, quedaban vinculadas por la ciencia.


Un caso emblemático para la genética forense

El caso Románov es hoy uno de los ejemplos más citados en cursos de genética forense. Enseña que:

  • El ADN puede resistir décadas si se conserva aunque sea parcialmente protegido.

  • El mtDNA es invaluable para linajes antiguos.

  • La combinación de historia, antropología y biología puede resolver misterios que parecían eternos.


Más allá de la ciencia, la historia recuerda que la verdad y la leyenda no siempre viajan de la mano. Anastasia vive en el imaginario colectivo como la princesa que quizá escapó, aunque la genética haya demostrado lo contrario. En San Petersburgo, los restos de la familia Románov descansan en la Catedral de San Pedro y San Pablo, cerrando un capítulo histórico… pero no la fascinación que aún despierta.

Este artículo se puede utilizar, copiar o reproducir citando la fuente y su autor.

Genética y Ciencia
César Paz-y-Miño
cesarpazymino.com
Quito - Ecuador
 
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